miércoles, 2 de marzo de 2011

Rituales en el cine: el disfrute de la "intro".



        Lo ajenos que estarían los hermanos Lumière de que su parida constituiría para muchos, con el transcurrir de los años, “el mayor espectáculo del mundo”, más de medio siglo antes que Cecil B. de Mille rodara una película con ese título. Como yo lo estaba también en mis primeros tiempos de espectador cuando -en los veraneos sobre todo-, salía a película diaria en aquellos cines al aire libre, rudimentaria manera de forjar una cinefilia que fraguó a pesar de todo, incluyendo las bandas sonoras paralelas a la del filme de turno -compuesta a base de chasquidos de pipas y crujir de cacahuetes-, degustando papelones de pescao frito en las “selectas neverías” y sufriendo aquellos “descansos” –que no intermedios– imprevistos, fruto del inoportuno corte del celuloide y recibidos con música de viento y abucheos por parte del personal. Parece mentira que -ya de mayorcito-, me convirtiera en un espectador más que riguroso, no tanto a la hora de elegir una cinta - que también - como a la de visionarla confortablemente. Me imagino que será una virtud –que no vicio– común a la mayoría de los cinéfilos: nunca entrar al cine con la película empezada, incluyendo por supuesto los títulos de crédito (vulgo las letras, como digo siempre); asegurarse un emplazamiento en la sala ni lejos ni cerca, en los primeros números pares o impares cuando hay pasillo central; obviar como sea ver la película esquivando los movimientos de cabeza del tío/a (con perdón) de delante; y cosas por el estilo que vosotros podáis añadir. Bien es verdad que en las modernas salas -conociéndolas y haciendo las cosas bien y sin premura-, no es difícil asegurarse iniciar el rito en condiciones óptimas. Recuerdo como especialmente concebida para el confort del cinéfilo la sala Bécquer, ya desaparecida en la calle sevillana del mismo nombre, una vez la remozaron y dotaron de unos sillones el no va más de cómodos y mullidos.


        Pero entremos ya en mi segundo párrafo –el de ir al grano– para referirme a las “intro”, o presentación de la productora con su marca de la casa, que siempre he celebrado, a veces por su estética y siempre por su significado: el momento del “ábrete sésamo”, los golpes de vara del chambelán anunciando el comienzo del espectáculo. Algunos segundos en el ritual de ver una película que en muchas ocasiones nos depara un repeluco de placer, antecedente del gozo. No sería mala idea comentar nuestros gustos sobre estos introitos, del que por mi parte destaco el de la Twenty Century Fox, con su inconfundible fanfarria musical –compuesta por Alfred Newman en 1954– y los haces luminosos que se entrecruzan entre sí, presagiando nuestra inminente entrada en mágicos universos; o esa émula de Inmaculada murillesca de la Columbia Pictures, símbolo de la libertad sobre fondo de nubes algodonosas; o el rugido del león de la Metro, inmortalizado para siempre en su aureola… Bueno sería -como acabo de apuntar-, dedicar algún monográfico en el taller o en los foros de nuestra flamante asociación y abundar en los rituales para sentir aún más el cine, indagando en la parafernalia que lo rodea y enriquece.



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